Apurímac 1/05/2025.- El 1 de mayo, Día Internacional del Trabajo, no solo es una fecha simbólica para conmemorar las conquistas laborales históricas, sino también un recordatorio de las luchas pendientes. En el contexto peruano, esta fecha adquiere un profundo significado debido a la persistente reivindicación de derechos laborales, una severa crisis económica y la indiferencia constante de las autoridades ante las demandas de quienes sostienen el país con su esfuerzo: las trabajadoras y los trabajadores.
En cuanto a las reivindicaciones y luchas sociales, Perú arrastra un legado histórico que se remonta a las primeras movilizaciones obreras de comienzos del siglo XX, tales como las huelgas mineras y textiles. Aunque la implementación de la jornada laboral de 8 horas en 1919 marcó un triunfo significativo.
Persisten serios desafíos como la precariedad, la informalidad que afecta al 70% de la fuerza laboral y las desigualdades que se han agudizado tras la pandemia. Así, colectivos fundamentales como los trabajadores sanitarios, docentes, agricultores y repartidores continúan exigiendo salarios justos, seguridad social y protección efectiva contra la explotación laboral.
Por otro lado, la crisis económica representa una pesada carga para las familias trabajadoras. La desaceleración económica, la elevada inflación y el aumento del desempleo configuran un panorama preocupante. La subida constante de precios en alimentos y servicios básicos contrasta marcadamente con sueldos insuficientes para cubrir la canasta básica familiar.
Además, la informalidad laboral, agravada por la ausencia de políticas públicas efectivas, profundiza aún más la vulnerabilidad de sectores como mujeres, jóvenes e indígenas, quienes enfrentan persistentes brechas salariales y discriminación estructural.
Asimismo, la indiferencia de las autoridades representa un duro golpe a la justicia social. A pesar de las numerosas consignas que demandan cambios, la respuesta del Estado sigue siendo insuficiente. Diversos proyectos orientados al fortalecimiento de derechos laborales permanecen estancados en el Congreso, y las promesas de reformas laborales se diluyen en trámites burocráticos.
Adicionalmente, la criminalización de las protestas y la escasa voluntad de diálogo con los sindicatos reflejan un Estado desconectado de su pueblo, profundizando así la desconfianza ciudadana y perpetuando un sistema en el que el trabajo se valora más en términos económicos que humanos.
Sin embargo, frente a estas sombras, la fuerza colectiva emerge como un camino esperanzador. En cada mercado, fábrica, campo y aula, existen personas construyendo futuro con sus propias manos. Las ollas comunes durante la pandemia, las redes de cooperativas solidarias y el resurgimiento de movimientos juveniles son ejemplos claros de que la solidaridad es más fuerte que la adversidad. Hoy, honramos a quienes levantan su voz por un Perú más justo, reconociendo que cada avance social surge precisamente desde la unidad y la colaboración.
¡Sigamos tejiendo esperanza! Que este 1 de mayo inspire a re-imaginar un país donde el trabajo digno sea el cimiento del desarrollo, las autoridades escuchen activamente y nadie quede relegado. La lucha continúa, y en cada paso compartido reside la semilla del verdadero cambio.
(Con la colaboración de Lino Quintanilla Barbarán)