(Viernes 2/07/2021).- Werner Heisenberg recordaba sus largas discusiones con Niels Bohr que se prolongaban hasta altas horas de la noche. En su libro de 1958 Physics and Philosophy: The Revolution in Modern Science, el fÃsico contaba que tras aquellos debates solÃa pasear por un parque cercano sin dejar de repetirse: “¿Puede realmente la naturaleza ser tan absurda…?â€. Desde que el 14 de diciembre de 1900 Max Planck fundara la teorÃa cuántica, los cientÃficos recelaron perplejos ante sus propios hallazgos: nada de aquello parecÃa tener sentido. Nada era intuitivo o razonable.
Tanto fue asà que más de medio siglo después Richard Feynman pronunciaba una de las más famosas frases al respecto: “Creo que puedo decir con seguridad que nadie entiende la mecánica cuánticaâ€. “Simplemente relájense y disfrutenâ€, aconsejaba a los asistentes a aquella conferencia en la Universidad de Cornell en 1964.
Aquel primer trabajo de Planck zanjaba un problema hasta entonces irresoluble: la fÃsica de la época no servÃa para explicar el patrón de emisión de luz de un cuerpo caliente. Planck decidió borrar la pizarra y comenzar de nuevo, descubriendo que todo funcionaba cuando introducÃa en sus ecuaciones una constante. El problema era lo absurdo de las implicaciones: aquella energÃa no podÃa tener cualquier valor, sino solo múltiplos de dicha constante.
Esto resultaba tan aberrante como pensar que un saco de arena pudiera pesar un kilo o dos, pero ningún valor intermedio. Desde la perspectiva, hoy entendemos que entre un electrón y dos electrones no hay nada intermedio. Pero en su momento era difÃcil aceptar una teorÃa que equivalÃa a tratar la energÃa como materia, dividida en paquetes discretos o “cuantosâ€.
Incluso el propio Planck se resistió; confesó después que simplemente trataba de “obtener un resultado positivo, bajo cualquier circunstancia y a cualquier precioâ€. Durante años trató de encajar su constante en la fÃsica clásica, sin éxito. Y pese a lo absurdo de la idea, resultó que los datos de otros cientÃficos encajaban en la teorÃa cuántica como el zapato de Cenicienta.
EINSTEIN Y LOS “CUANTOS DE LUZâ€
Uno de los primeros en apreciar este hallazgo fue Albert Einstein. En 1905 escribió un estudio en el que aplicaba la teorÃa de Planck al efecto fotoeléctrico, un fenómeno descrito en 1887 por Heinrich Hertz por el cual la luz arrancaba energÃa a los metales. El electromagnetismo clásico de Hendrik Lorentz y James Clerk Maxwell no explicaba por qué esto solo ocurrÃa con determinadas frecuencias de onda. Einstein vio la luz, nunca mejor dicho, en los cuantos de Planck: la luz no se comportaba como una onda continua, sino como un chorro de partÃculas, “cuantos de luz†—hoy fotones— de energÃa discreta.
Curiosamente, Planck rechazó la hipótesis de Einstein. También lo hizo Robert Andrews Millikan, quien se propuso a toda costa refutarlo experimentalmente… solo para acabar dándole la razón. Más curiosamente aún, el propio Einstein comenzó también a recelar de la cuántica cuando los trabajos de otros investigadores condujeron la fÃsica hacia un territorio más parecido al PaÃs de las Maravillas de Alicia que a todo lo conocido sobre el mundo real.
Bohr fue el primero en aplicar la cuántica para describir el átomo, lo que en 1913 produjo un modelo que se apartaba radicalmente de los anteriores. El átomo, proponÃa Bohr sobre el esquema previo de Ernest Rutherford, emite o absorbe energÃa cuando un electrón salta entre órbitas circulares discretas. Los valores permitidos por la constante de Planck implicaban que el electrón saltaba de órbita sin pasar por los lugares intermedios. Arnold Sommerfeld generalizó en 1915 el modelo de Bohr modificando las órbitas circulares por otras elÃpticas.
LA INTERPRETACIÓN DE COPENHAGUE DE LA MECÃNICA CUÃNTICA
En 1925 Heisenberg, su maestro Max Born y Pascual Jordan se basaron en los trabajos de Bohr y Sommerfeld para formular matemáticamente la mecánica cuántica mediante el álgebra de matrices. Wolfgang Pauli aplicó esta mecánica de matrices al modelo atómico de Bohr, pero al año siguiente este enfoque quedarÃa superado por la función de onda propuesta por Erwin Schrödinger.
En este paso fue fundamental la aportación de Louis de Broglie, quien en cierto modo dio la vuelta a las gafas de la cuántica: si la luz podÃa comportarse como una partÃcula, también un electrón podÃa comportarse como una onda. Posteriormente Paul Dirac fusionarÃa la ecuación de Schrödinger con la mecánica de Heisenberg.
La función de onda de Schrödinger describÃa el estado de un sistema cuántico; pero mientras que la mecánica newtoniana permitÃa predecir la posición y la velocidad de un objeto, como parece lógico, en cambio la interpretación de Born de la ecuación de onda convertÃa los orbitales de los electrones en algo difÃcil de concebir: nubes de densidad de probabilidad. Esto significaba que un electrón ocupaba toda su órbita al mismo tiempo.
AsÃ, Bohr y Heisenberg concibieron la llamada interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, según la cual esa indefinición desaparecÃa al aplicar medición a un sistema; solo entonces la ecuación de onda colapsaba y esos estados superpuestos se concretaban en una posición para una partÃcula.
El observador cambiaba el sistema, lo que llevó a Schrödinger a exponer su célebre experimento mental del gato vivo y muerto al mismo tiempo hasta que la caja se abrÃa para comprobar su estado y romper esa dualidad. En la ecuación de Schrödinger, la posición y la velocidad de una partÃcula eran como dos extremos para tirar de una manta, por lo que no podÃan conocerse ambas con precisión al mismo tiempo; algo que Heisenberg reflejó en su Principio de Indeterminación o Incertidumbre.
PARADOJA EINSTEIN-PODOLSKY-ROSEN
Todo esto llevó a Einstein a preguntar: ¿acaso la Luna solo existe cuando la miramos? Con su relatividad general, el alemán habÃa vencido la visión newtoniana de la gravedad como una misteriosa acción a distancia; un tejido continuo del espacio-tiempo transmitÃa este efecto. Y sin embargo, según la mecánica cuántica, el efecto del observador sobre una partÃcula podÃa transmitirse a otra idéntica, ambas separadas al nacer, de forma instantánea.
Es decir, una misteriosa acción a distancia. Einstein no dudaba de la teorÃa, sino que la creÃa incompleta: supuestas variables ocultas debÃan explicar aquel efecto sin recurrir al artefacto probabilÃstico. Dios no juega a los dados, escribió en una carta a Born.
Este experimento mental de Einstein, hoy llamado Paradoja Einstein-Podolsky-Rosen, dio lugar al concepto de entrelazamiento cuántico, por el que hoy se conoce esa misteriosa acción a distancia. En 1964 John Stewart Bell se inspiró en una interpretación alternativa de la cuántica desarrollada por David Bohm a partir de la teorÃa de De Broglie sobre la onda piloto asociada a toda partÃcula, que disipaba las neblinas probabilÃsticas de la interpretación de Copenhague en favor de una visión determinista independiente de la observación.
La conclusión de Bell fue que las variables ocultas de Einstein no existÃan. Y mal que le hubiera pesado al alemán, los experimentos no han dejado de corroborar lo que Bell demostró sobre el papel. El entrelazamiento es el fundamento del teletransporte cuántico, capaz de transferir propiedades de una partÃcula a otra.
En resumen, la mecánica cuántica ha demostrado una y otra vez su poder para predecir el comportamiento de la naturaleza. Lo cual no quita que todo ese cúmulo de rarezas iniciado por la constante de Planck haya alumbrado nuevas interpretaciones más allá del “¡cállate y calcula!†de la de Copenhague (en palabras de David Mermin): la formulación de integral de caminos, desarrollada por Feynman y que suma todas las trayectorias de una partÃcula, la interpretación de muchos mundos, las teorÃas de colapso objetivo…
Sin embargo y con independencia de las distintas gafas disponibles para observar la cuántica, hay algo indudable, y es que al trabajo pionero de Planck le debemos gran parte de lo que ha sostenido nuestra civilización durante estos 120 años, desde el primer transistor a la actual sociedad de la tecnologÃa; y en un futuro ya casi presente, la computación cuántica. Poco importa que no la comprendamos, dado que los propios fÃsicos dicen no entenderla. “La mecánica cuántica es magiaâ€, dijo Daniel Greenberger. Asà que obedezcamos a Feynman si lo mejor que podemos hacer es relajarnos y disfrutar del espectáculo.
La fÃsica cuántica no se parece a la realidad que conocemos, es contraria a la intuición, y sin embargo es la que determina toda la realidad que conocemos.
Se puede conocer la cuántica sin pretensiones de acercarla al mundo real, pero si queremos comprender cómo se relaciona con el mundo cotidiano, este desayuno imaginario de la fÃsica y divulgadora Sonia Fernández-Vidal es un buen acercamiento a los fundamentos de la materia, la energÃa y el universo, desde la Grecia clásica hasta los modernos aceleradores de partÃculas.
Fuente: OpenMind