Apurímac, 12 diciembre 2025.- Con motivo de los 250 años de la Doctrina Monroe, la Casa Blanca publicó el pasado viernes un comunicado oficial con el que el presidente Donald Trump reafirmó su compromiso con este pilar histórico de la política exterior de Estados Unidos, pero también agregó un nuevo elemento, un “corolario Trump” que busca reformular el rol de Washington en el hemisferio.
El documento llamado “Nueva Estrategia de Seguridad Nacional 2025” se presenta como un intento no solo de restaurar un principio fundacional estadounidense, sino de actualizarlo bajo una lógica de seguridad fronteriza, competencia económica global y una determinación explícita de influir —o más bien dirigir— el destino regional.
La administración Trump, desde el inicio de este segundo mandato, deja claro que Washington quiere “restaurar su preeminencia en el hemisferio”. Este lenguaje se repite a lo largo del documento, que también traza líneas de acción para Asia, Europa, Medio Oriente y África, pero donde el foco central vuelve a ser el continente americano, asumiendo que es aquí donde se juegan los intereses vitales del país.
Trump caminado mientras usa un jockey rojo con las siglas USA. Detrás de él se ven banderas de EE.UU.
Presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: Casa Blanca.
La expresión “corolario Trump” no es casual. Remite directamente al corolario Roosevelt de 1904, cuando Theodore Roosevelt reinterpretó la Doctrina Monroe no como un principio de autonomía americana frente a Europa, sino como un derecho de Estados Unidos a intervenir militarmente en los asuntos de América Latina y el Caribe.
Si Monroe buscaba evitar que otras potencias se instalaran en el hemisferio, Trump quiere impedir —a cualquier costo— que las potencias consolidadas, principalmente China, sigan ampliando su influencia. Mientras tanto, se endurece la exigencia hacia los países del continente: alinearse con Washington o enfrentar consecuencias.
La nueva doctrina “Donroe”, como le llaman algunos a esta reinterpretación de Trump, se sostiene en cuatro grandes pilares. El primero, quizás el más obvio, es la reafirmación del “America First”. Estados Unidos abandona abiertamente el papel de “policía global” y pone por delante el interés nacional por sobre cualquier alianza histórica o marco multilateral que pueda limitar su libertad de acción.
La prioridad vuelve al hemisferio y a los desafíos que la Casa Blanca considera críticos, migración masiva, expansión china y crimen transnacional.
El segundo pilar sitúa la seguridad interna como el eje rector de la política exterior. La estrategia declara sin ambigüedades que “la era de la migración masiva debe terminar”. Los países vecinos deberán contener el flujo migratorio o enfrentar sanciones.
Lo mismo aplica al combate contra el narcotráfico, cuyas medidas incluyen la posibilidad de emplear fuerza letal contra los carteles e incluso reclasificarlos como organizaciones terroristas. La militarización de la seguridad se proyecta desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego.
El documento sintetiza los objetivos hemisféricos en dos verbos: “alistar y expandir”. “Alistar” para contener la migración, neutralizar el crimen transnacional y asegurar estabilidad política y económica. “Expandir” para atraer nuevos socios y evitar que estos caigan bajo la órbita de otros actores, principalmente China, ya sea por las buenas o por las malas.
El mensaje es claro, América Latina vuelve a ser la prioridad estratégica de Estados Unidos y debe alinearse con Washington.
En esta lógica, Venezuela es el caso más emblemático, abundantes recursos naturales, alta emigración, crimen transnacional, un régimen que se distancia ideológicamente de Estados Unidos y una estrecha relación con China y Rusia. Mientras Trump asegura que el régimen de Maduro tiene “los días contados”, los despliegues navales en el Caribe se consolidan como pieza permanente de presión militar y geopolítica.
Los aliados de Trump en la región son un factor clave en la estrategia. Nayib Bukele en El Salvador, Daniel Noboa en Ecuador, Javier Milei en Argentina y el reciente acercamiento con Rodrigo Paz Pereira en Bolivia son ejemplos de gobiernos que se alinean con la visión trumpista de seguridad y libre mercado.
En el caso argentino, la asistencia financiera estadounidense fue determinante para sostener a Milei en momentos críticos de su gobierno y en las últimas elecciones legislativas, aun cuando se trató de una decisión impopular dentro de Estados Unidos, especialmente entre agricultores y sectores industriales. Para Washington, evitar el retorno del peronismo valió el riesgo político.
El tercer pilar es uno de los más disruptivos, el reajuste global de las prioridades de Estados Unidos y su relación con Europa. La nueva estrategia cuestiona abiertamente lo que considera debilidad europea en materia de defensa, y critica duramente a las instituciones europeístas por supuestamente “socavar la libertad política y la soberanía de los Estados miembros”.
En palabras del documento, la región está al borde de la “desaparición de la civilización europea”. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se vuelve explícito que Estados Unidos no apoyará más a Europa, y menos Ucrania, como lo ha hecho hasta ahora, lo que incrementa el debate interno sobre usar activos rusos congelados en Europa para sostener la defensa de Kiev sin depender de Washington.
El cuarto pilar es la competencia geoeconómica global. China es el adversario estructural de Estados Unidos. América Latina se ha convertido en un terreno central de esa disputa. La consigna estadounidense es tajante, no habrá tolerancia a “incursiones hostiles” ni “posesión foránea” de activos clave en el hemisferio.
El temor de la región es evidente, la presión para cortar vínculos comerciales con China podría venir acompañada de sanciones o coerción militar, bajo el argumento de proteger la seguridad estadounidense.
Trump lo expresa nuevamente en la lógica de fuerza. En el cierre del documento afirma con orgullo haber impulsado una “política agresiva” que defiende la soberanía de Estados Unidos, restablece su dominio marítimo, retoma el control de cadenas de suministro y asegura beneficios económicos estratégicos. Es el eco del “gran garrote” rooseveltiano, reforzado ahora por una narrativa de supervivencia nacional.
Así, lo que comenzó como una doctrina destinada a alejar a Europa del continente, se transforma en una declaración de supremacía regional, de control territorial y económico más que de independencia colectiva. El hemisferio vuelve a ser, en palabras de Washington, su “jardín delantero” y quien ingrese sin permiso será considerado una amenaza.
La pregunta que queda abierta para América Latina es sencilla, pero de enorme trascendencia: ¿Hasta qué punto los gobiernos de la región estarán dispuestos a ceder soberanía para alinearse con Estados Unidos? Un Estados Unidos que se retira del mundo, para concentrar su poder en su propio vecindario.
Trump ha dejado claro que la era de los matices terminó. Y que la diplomacia, más que a Monroe, volverá a parecerse a Roosevelt. Pero esta vez, a una versión con acento marcadamente trumpista.
Fuente: Diario UChile