(Lunes 22/02/2021).- El indÃgena brasileño Aruká Juma tenÃa entre 86 y 90 años cuando este miércoles murió por complicaciones del coronavirus en la UCI de un hospital de Porto Velho, una ciudad incrustada en la Amazonia, a 120 kilómetros por carretera y dos horas en barco de su aldea.
Su fallecimiento, como los 1.150 registrados en esa jornada en todo Brasil, fue una tragedia para sus allegados, pero Aruká era también el último varón del pueblo juma, memoria viva de saberes ancestrales y superviviente de una matanza para exterminar a los suyos. Las tres hijas que deja son las últimas de un pueblo que en el siglo XVIII tuvo entre 12.000 y 15.000 miembros.
Una insuficiencia respiratoria aguda combinada con una infección hizo que el anciano no superará la enfermedad, según el diario digital Amazonia Real. De joven sobrevivió con otros seis jumas a una masacre perpetrada por encargo de comerciantes interesados en el caucho y las castañas de su tierra, según la detallada información del Instituto Socioambiental sobre cada una de los cientos de etnias de Brasil. Cazados como si fueran monos, murieron unos 60 indÃgenas.
Fue el último intento de exterminio masivo que sufrió esta tribu, descrita por los cronistas como antropófagos, perversos y feroces, y contactada a mediados del XX.
El caso de Aruká ilustra cómo la pandemia afecta a los indÃgenas que viven en aldeas de Brasil, el segundo paÃs donde más estragos ha causado el coronavirus. Tres cifras resumen el drama nacional: 242.000 muertos, casi diez millones de contagios y un desempleo del 14%.
Entre los indÃgenas que viven en aldeas ―una pequeña minorÃa especialmente vulnerable que habita un vastÃsimo territorio—, la covid ha matado a 567 personas. La vida de este juma ofrece, además, una mirada a la historia de estas comunidades diezmadas desde la colonización portuguesa y que resultan esenciales para la conservación de la Amazonia, la mayor selva tropical del mundo. Claves, por tanto, para frenar el cambio climático.
El antropólogo Edmundo Peggion conoció a los últimos juma en los noventa. “Aruká era el último hombre juma que tenÃa memoria de las maneras de cazar, los modos artesanales propios de su pueblo. Existe un consenso en la región, entre los indÃgenas kagwahiva, de su importancia para la memoria colectivaâ€, explica el profesor de la Universidad Estatal Paulista (Unesp) en una entrevista telefónica. Kagwahiva es el grupo lingüÃstico al que pertenecen los juma. “Él era reconocido como un amóe, un tÃtulo de respetoâ€, que quiere decir abuelo en tupà guaranÃ.
El coronavirus y Jair Bolsonaro —un presidente antivacunas, que desprecia la gravedad de la pandemia y los derechos indÃgenas— se han sumado a las amenazas clásicas de los nativos, como los buscadores de oro o los madereros ilegales. Las principales asociaciones de los aborÃgenes brasileños culpan directamente al Gobierno de su muerte: “Una vez más, el Gobierno brasileño se comportó con un grado de omisión criminal y de manera incompetente. El Gobierno lo asesinóâ€, dicen en un comunicado.
La epidemia se extendió veloz por los rÃos de la Amazonia. Y los invasores de tierras son un foco de contagio. Aunque la vacunación está llegando a aldeas indÃgenas remotas, existe desconfianza hacia los sanitarios. Y la falta de dosis amenaza la inmunización en todo Brasil. RÃo de Janeiro tuvo que parar las inyecciones el lunes.
Aruká fue trasladado a un hospital en enero e intubado. Es también uno de los brasileños que fue tratado con lo que el Ministerio de Salud denomina tratamiento precoz. Medicamentos como la cloroquina, cuya eficacia contra la covid-19 no está cientÃficamente demostrada, convertidos por Bolsonaro en polÃtica de Gobierno. Hasta el punto de embarcar a las Fuerzas Armadas en la fabricación de millones de comprimidos.
La muerte del anciano indÃgena “es una pérdida devastadora. La historia de su vida fue y sigue siendo un sÃmbolo de la tremenda lucha que libró el pueblo jumaâ€, afirma en una entrevista Edson Carvalho, de la ONG Kanindé, desde Porto Velho, la ciudad donde Aruká falleció.
Será enterrado en su aldea, ubicada en la Tierra IndÃgena Juma, al sur del Estado de Amazonas, donde estaba cuando sintió los primeros sÃntomas en enero. Un lugar muy alejado de cualquier ciudad. La creación de esta reserva indÃgena de 38.000 hectáreas fue una ardua batalla culminada tras años de trámites. Las autoridades no estaban convencidas de que aquel territorio con un puñado de habitantes mereciera la protección legal que impide explotar sus recursos.
Antes, a finales de los noventa, los últimos juma fueron sacados por las autoridades de sus tierras. Aruká, sus tres hijas, un cuñado y la esposa de este fueron trasladados contra su voluntad a los dominios de los uru-eu-wau-wau, explica el antropólogo, que en aquella época tuvo contacto estrecho con ambos grupos.
Allà las hijas se casaron con varones de este otro pueblo con el que los juma comparten lengua. Abandonar su hábitat “causó un impacto muy grande en la vida de todos los jumaâ€, cuenta Peggion, que añade que la pareja mayor falleció poco después del traslado. “En aquellos años fuera de su territorio, Aruká estuvo muy deprimido, tenÃa una enorme añoranza de su territorioâ€, según el investigador.
Tras librar otro duelo con las autoridades, este abuelo indÃgena logró regresar a las tierras donde creció y que sus ancestros poblaron durante muchos siglos. Le acompañaron sus hijas (jumas), los maridos de estas (de etnia uru-eu-wau-wau) y los hijos de las tres parejas. La ONG Kanindé sostiene que, como en este caso la etnia la transmite el padre, ellas son las últimas del linaje. La primogénita, Borehá, es la nueva cacique del diezmado grupo.
Fiel a su promesa de campaña, Bolsonaro no ha dado protección legal a un solo centÃmetro más de tierra indÃgena en los dos años que lleva en la Presidencia. Los expedientes en trámite están paralizados mientras disminuyen los inspectores en Amazonia, los órganos que velan por la protección del medio ambiente y de los indÃgenas que lo protegen desde hace incontables generaciones.
Fuente: El PaÃs